miércoles, 5 de octubre de 2011

Un alma estropeada, escurrida, carente de sentimientos.
Un cuerpo dormido, que flota en las aguas de la indiferencia.
La belleza escondida en cada acto realizado (o que se está por realizar)
El mundo y su insoportable hipocresía universal.
Una palabra, un gesto, un movimiento
que se pierde entre recuerdos menos importantes
o cae en el olvido eterno.
Un amigo, transformándose en un fantasma,
en un espectro que ni los mejores espejos pueden reflejar.
Las hojas de los árboles, ya secas, cayendo como lluvia
esfumándose como el tiempo,
marchitándose como una flor,
al igual que la vida no vivida por un hombre a punto de renacer.
¡Qué extraña sensación! La de sentirse no-parte de un mundo conocido,
no-protagonista de una historia sabida de memoria,
no-dueño de un cuerpo a punto de estallar.
Y que arrogancia la del ser humano,
la del hombre,
la mía,
que piensa que la realidad es tan insignificante como para pertenecerle.