domingo, 27 de noviembre de 2011

Bien estar

Creo que me estoy volviendo todo eso que nunca quise ser.
Tengo la leve sensación de que hay algo dentro mío que grita desesperadamente exigiendo salir.
Y sin embargo, siempre encuentro la manera de salirme con la mía.
O al menos, de aparentarlo.
Me quedo callada, como si en el silencio pudiera esconderme, como si las palabras fueran esquirlas que nacen en lo profundo de mi ser, explotan y me desarman, me quiebran, me dejan a merced de lo que puede llegar a pasar (Qué ingenuidad pensar que los silencios no hablan)
Y la música que escucho ya no significa nada; consecuencia un poco triste de un alma que se cansó de luchar. Aquello que parecía lejano hoy está tan cerca... demasiado cerca. Tanto que ya no puedo distinguir lo que soy de lo que deseo. Ya no me puedo despegar, separar, no puedo levantar una pared indestructible, que se mantenga en pie aún ante los temibles fantasmas que acechan detrás del muro de los recuerdos olvidados.
Es más fácil no ser, lo admito, cuando uno es, inevitablemente sólo es para los otros. Para que los demás te digan lo que no sos o no debés ser. Sería mejor, o al menos más fácil que la gente no tenga tantas expectativas ante lo que el otro hace o deja de hacer. Pero cuando llega la noche, y la oscuridad es tan aplastante y al fin y al cabo lo único que se distingue, es reconfortante pensar en la idea de que alguna vez todas esas miradas llenas de esperanza y fe, lo miren a uno y digan sin hablar: "está bien, vos estás bien" Pero luego sale el sol y la aparente tranquilidad no buscada se esfuma, como cuando las estrellas se esconden del sol por miedo a que las encandile.
Tener que expresar en palabras aquello que no se quiere pensar por miedo a la verdad, es la más cruel de las torturas impuestas por el mismo cuerpo que no se puede librar de sí mismo. Y que un ser querido no se pueda ver reflejado en el brillo de los ojos ajenos, porque están tan vacíos que han perdido la noción del placer, debe ser el más triste de los desengaños.
Los besos, las caricias y la pasión desenfrenada de dos cuerpos que se atraen compulsivamente, no pueden ahogar la nostalgia del alma de uno de ellos -o de ambos- que añora aquel estadío donde la mediocridad era sinónimo de bienestar. Era estar bien pero al revés.

(Había que mirarse al espejo para darse cuenta)