sábado, 27 de junio de 2015

¿Dejaremos que el miedo nos haga desaparecer antes de volvernos luz?

Bajo el ruidoso repiqueteo de la lluvia sobre el techo, te pienso una y otra vez. Recuerdo, memoriosa, la forma en que tus dedos recorren las curvas de mis labios y continúan acariciándome el cuello, escalan la prominencia de mis pechos y descienden como un río hasta la orilla de mi sexo.
Revivo el fuego que me recorre de pies a cabeza en el preciso instante en que nuestras manos se funden en un abrazo sobre mi vientre. La plenitud de nuestros cuerpos rozándose, sintiéndose uno, ardientes, enamorados. Mi piel llevando tu nombre y mi corazón reclamando que el brillo de tus ojos me encandile una vez más.
Imagino, ansiosa, el día que vos también me recuerdes y me desees, así como me deseas cuando nos revolcamos en la penumbra de tu habitación, ahí donde el tiempo, el pasado y las diferencias parecen perderse y olvidarse entre los besos, los abrazos y las promesas de amor eterno.
Y vuelvo a repetirme, que quisiera repetirte, una y otra vez, -o hasta que lo entiendas - que yo no quiero tus promesas de amor eterno. Que te quiero compañero. Que te quiero entero y eterno, con tus fracasos, tus inseguridades, tus locuras, tu dulzura, tus miedos, tus besos y tus abrazos. 
Y entonces me permito desear que me quieras compañera, entera y eterna, con mis fracasos, inseguridades, locuras, dulzuras, miedos, abrazos y besos, todo metido, acurrucado, en la valija que arrastran mis verdades.
Me digo que quiero que nos querramos compañerxs, o que es lo mismo, que nos amemos con pasión, sintiendo(nos) desde lo recóndito de nuestros seres, dejando que la libertad nos recorra las venas y las ganas y que el amor que compartimos no sea más que el placer de sabernos eligiéndonos entre tantas banalidades y desconciertos. 
Que el fuego que nos acerca nos transforme en luz, y que esa luz encandile el miedo de compartirnos en esta vida, que no puede ser otra cosa que el amor, la pasión, la dulzura, el sexo, el abrazo y la libertad.