sábado, 12 de septiembre de 2015

Las lágrimas que nos unen.
Lágrimas de miedo, de angustia, de bronca, de impotencia, de dolor.
Lágrimas que nos descubren dimensionando lo que tenemos enfrente: un gran monstruo impune y corrupto (entre tantos) disfrazado de legalidad, investido de poder por un sistema que decide que algunas vidas valgan más que otras.
Y que las que no valen, mueran.
Lágrimas de saber que “merecía vivir",
de saber que aun falta mucho, y que la lucha es larga,
y que recién empieza.


Y después (y sobre todo), el abrazo.
El abrazo que sostiene, que acompaña.
El abrazo que nos acerca, que nos hace fuertes,
que nos hace decir “pucha, que vale la pena”.
Que nos hace sentir vivas, conscientes.
El abrazo que dibuja amor, cariño, compañerismo, amistad. O es que el amor, el cariño, el compañerismo y la amistad juegan a disfrazarse de abrazo por un rato.
Abrazo de mujer a mujer,
de compañera a compañera,
con los puños en alto
y los ovarios bien puestos.
(Si de eso sabrás vos…)

Y de fondo,
la gorra de un rati prendiéndose fuego
y un niño que guarda en sus bolsillos las fotos de sus amigos muertos
porque no tiene otras
y quiere llevarlas al barrio y ponérselas al Gauchito.

Y así, todos nuestros actos,
toda nuestra lucha,
las horas de idas y vueltas, de talleres, jornadas y reuniones
adquieren más sentido que nunca
y nos volvemos más mariposas que siempre,
queriendo(nos) ser libres
luchando, denunciando, combatiendo.
Buscando transformar todo aquello que deba ser transformado.

martes, 21 de julio de 2015

Ella sabía que no todo lo que relucía era oro. Sin embargo, lustraba ese metal una y otra vez intentando que las cosas cambiaran, buscando que el brillo apareciera. Sabía que estaba esperando algo que jamás iba a suceder. Sólo esperaba porque no podía creer que ese amor tan sentido y real que le  recorría cada centímetro del cuerpo y del alma, no fuera compartido, no alcanzara para derribar los muros de la diferencia que a cada momento la alejaban más y más de él. No podía (o no quería) comprender, aunque lo intentara, por qué las cosas no estaban saliendo como ella quería, aún cuando las palabras que salían de la boca de él aparentaban andar construyendo los mismos senderos. 
Ella sabía que él la quería, que incluso había llegado a amarla. Pero eso no impedía que su orgullo y su indiferencia hicieran estragos en su relación. Él sabía que los besos que se repartían entre las sábanas eran placebos para curar por momentos las discordias que constantemente inundaban la habitación que compartían. Ella sabía además, que él sabía que esos besos la desarmaban y que lo aprovechaba a favor de su egoísta y orgullosa soledad. Él sabía que ella intentaba ocultarlo y le seguía el juego. 
Ella lo miraba a los ojos buscando eso oculto que le diera una certeza, o al menos una pista de lo que estaba sucediendo en ese pobre y triste corazón. Pero no la encontraba y el brillo de los ojos de su compañero la encandilaba y la obligaba a perderse entre los universos de besos y licores que él tanto animaba y que le arremolinaban las hormonas y las ganas de seguir construyendo.  
Y así, continuaban en un mientras tanto eterno, que en un abrir y cerrar de ojos, algún día, iba a desaparecer. 



sábado, 27 de junio de 2015

¿Dejaremos que el miedo nos haga desaparecer antes de volvernos luz?

Bajo el ruidoso repiqueteo de la lluvia sobre el techo, te pienso una y otra vez. Recuerdo, memoriosa, la forma en que tus dedos recorren las curvas de mis labios y continúan acariciándome el cuello, escalan la prominencia de mis pechos y descienden como un río hasta la orilla de mi sexo.
Revivo el fuego que me recorre de pies a cabeza en el preciso instante en que nuestras manos se funden en un abrazo sobre mi vientre. La plenitud de nuestros cuerpos rozándose, sintiéndose uno, ardientes, enamorados. Mi piel llevando tu nombre y mi corazón reclamando que el brillo de tus ojos me encandile una vez más.
Imagino, ansiosa, el día que vos también me recuerdes y me desees, así como me deseas cuando nos revolcamos en la penumbra de tu habitación, ahí donde el tiempo, el pasado y las diferencias parecen perderse y olvidarse entre los besos, los abrazos y las promesas de amor eterno.
Y vuelvo a repetirme, que quisiera repetirte, una y otra vez, -o hasta que lo entiendas - que yo no quiero tus promesas de amor eterno. Que te quiero compañero. Que te quiero entero y eterno, con tus fracasos, tus inseguridades, tus locuras, tu dulzura, tus miedos, tus besos y tus abrazos. 
Y entonces me permito desear que me quieras compañera, entera y eterna, con mis fracasos, inseguridades, locuras, dulzuras, miedos, abrazos y besos, todo metido, acurrucado, en la valija que arrastran mis verdades.
Me digo que quiero que nos querramos compañerxs, o que es lo mismo, que nos amemos con pasión, sintiendo(nos) desde lo recóndito de nuestros seres, dejando que la libertad nos recorra las venas y las ganas y que el amor que compartimos no sea más que el placer de sabernos eligiéndonos entre tantas banalidades y desconciertos. 
Que el fuego que nos acerca nos transforme en luz, y que esa luz encandile el miedo de compartirnos en esta vida, que no puede ser otra cosa que el amor, la pasión, la dulzura, el sexo, el abrazo y la libertad.

domingo, 3 de mayo de 2015

Hace mucho que no te escribo, perdoname.
Y no es que no piense en vos, te pienso todos los días.
Pero, sin querer o demasiado a propósito, en todo este tiempo no me hice del espacio (ni de las ganas) para preguntarte como estás, que pensás y entre qué calles andás. 
Pero hoy, que la luna brilla como hace tiempo no lo hacía, y el frío del impostergable invierno se hizo sentir, decidí que era una buena noche para retomar nuestras charlas.
Quisiera contarte muchas cosas, pero no sé si las vas a querer escuchar. 
Me propuse volver a encontrarte y sentirte. Decidí brindarme del tiempo necesario para desplegar todo el abanico de palabras que siempre me hicieron tan bien. 
También decidí que quiero compartirte mis alegrías, mis contradicciones, mis felicidades y mis logros.

Es decir, decidí que me quiero volver a encontrar.