miércoles, 5 de junio de 2013

Enfermamos de palabras. Cuando escuchamos algunas que no nos gustan o se nos escapan otras que preferíamos no decir. O cuando en nuestras gargantas se nos atasca todo eso que no nos animamos a gritar. Algunas veces lloramos oraciones enteras si no nos alcanza la voz para desagotar el veneno que nos corre por dentro. Otras tantas nos decepcionamos cuando leemos palabras que no dicen la verdad; las que sólo disfrazan las mentiras de quienes gustan de jugar con nuestros miedos. De vez en cuando deliramos incoherencias y murmuramos poesías sin rima cuando no podemos fingir más y frecuentemente pretendemos engañar al silencio, callamos nuestra voz y olvidamos que lo no-dicho también quema (y cuanto). Nos duelen las palabras-mentiras, las injustas palabras, las que no tienen corazón. Nos embrocamos cuando encontramos palabras vacías, frases sin vida, historias que no son, verdades a medias. Y sufrimos cuando las palabras nos ahuecan el pecho, penetran nuestra piel y se quedan a vivir en lo profundo de nuestras almas, justo ahí donde más duele.
Pero también sanamos de palabras. Con las que nos llegan escritas, las que se nos murmuran al oído, las que oímos como poesías o las que se transforman en gritos. Y también con esas que no necesitan ni de la voz ni del papel ni de las rimas. Todas aparecen en el momento exacto y se quedan para siempre. Nos alivian un poco la mochila que llevamos encima, nos hacen sentir acompañados. Esas que tienen un lugar especial en nuestra memoria -justo al lado de los rostros de quienes las dijeron- y están dispuestas a emerger cuando ya empezamos a abandonar(nos). Las que nos invitan a seguir luchando.
Cada oración que decimos y cada frase que preferimos callar quedan para siempre guardadas en los cofres de nuestra memoria. Y en nosotros la elección: o transitamos la vida cargando con la bronca de lo que no fue, con la angustia por lo que pasó y con el rencor de lo que no debió haber sido, o aceptamos sumergimos en un océano de palabras transformadoras y revolucionarias, esas que nacen desde lo más profundo de nuestro ser y viajan, perduran y se multiplican en las voces, en las poesías, en los abrazos. Las que derriban barreras, muros, mentiras y dolores. Las que inventan juegos y risas, caricias y besos, poesías y canciones. Las que describen mundos nuevos, realidades tangibles y sueños posibles. Esos sueños por los que aun luchamos.



domingo, 2 de junio de 2013

¿Cuántas veces se le puede romper el corazón a una?
¿Una? ¿Dos? ¿Quinientas?
Aun espero que el último pedazo deje de sangrar.