sábado, 12 de septiembre de 2015

Las lágrimas que nos unen.
Lágrimas de miedo, de angustia, de bronca, de impotencia, de dolor.
Lágrimas que nos descubren dimensionando lo que tenemos enfrente: un gran monstruo impune y corrupto (entre tantos) disfrazado de legalidad, investido de poder por un sistema que decide que algunas vidas valgan más que otras.
Y que las que no valen, mueran.
Lágrimas de saber que “merecía vivir",
de saber que aun falta mucho, y que la lucha es larga,
y que recién empieza.


Y después (y sobre todo), el abrazo.
El abrazo que sostiene, que acompaña.
El abrazo que nos acerca, que nos hace fuertes,
que nos hace decir “pucha, que vale la pena”.
Que nos hace sentir vivas, conscientes.
El abrazo que dibuja amor, cariño, compañerismo, amistad. O es que el amor, el cariño, el compañerismo y la amistad juegan a disfrazarse de abrazo por un rato.
Abrazo de mujer a mujer,
de compañera a compañera,
con los puños en alto
y los ovarios bien puestos.
(Si de eso sabrás vos…)

Y de fondo,
la gorra de un rati prendiéndose fuego
y un niño que guarda en sus bolsillos las fotos de sus amigos muertos
porque no tiene otras
y quiere llevarlas al barrio y ponérselas al Gauchito.

Y así, todos nuestros actos,
toda nuestra lucha,
las horas de idas y vueltas, de talleres, jornadas y reuniones
adquieren más sentido que nunca
y nos volvemos más mariposas que siempre,
queriendo(nos) ser libres
luchando, denunciando, combatiendo.
Buscando transformar todo aquello que deba ser transformado.