Emprendió el viaje sin mirar atrás. Sabía que detrás de cada paso que daba una parte suya quedaba allí para siempre; eso que alguna vez había sido y quería transformar.
No estaba segura de cual era su destino y tampoco se esforzaba en averiguarlo.
El viaje, suponía, no iba a ser fácil. Intuía que más de una vez iba a tener que luchar contra muchos fantasmas que tratarían de persuadirla. -Estabas bien allá ¿por qué te fuiste?- le susurrarían maliciosamente al oído una y otra vez.
Pero ella estaba convencida. Había llegado el momento de emprender su propio camino.
No andaba sola. La acompañaban en cuerpo y alma, todas las personas que habían significado algo en su vida; todas aquellas miradas, abrazos y sonrisas que la habían ayudado a crecer.
Pero el sendero -su sendero- debían escribirlo sus sueños. Y nadie podía cambiar eso. No podía permitirlo más.
Había llegado el momento de aprender a volar.
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