lunes, 6 de febrero de 2012

Es cómo intentar meter al diablo en un frasco.

Bichos. Monstruos. Alimañas. Engendros diabólicos. Cualquier definición les queda bien. Adentro mío. No, no estoy enferma. No es algo que se solucione con un medicamento, ni siquiera con esos que recetan los decentes psiquiatras. Están mas allá de eso, en las profundidades quizás. Atacan cuando menos te lo esperás o cuando estás esperando que pase alguna otra cosa. Parece ser que poseen un gran sentido del olfato. Cómo actuan, cómo viven, cuál es su objetivo en este mundo, todavía está en análisis. Sospecho que la pared que existe entre los malditos seres y yo también la fabricaron ellos. O tal vez eso es lo que quiero creer. Lo drástico de la situación es que hoy por hoy, sin ellos no soy nadie. Me acostumbré tanto a su presencia, a la desgraciada manía de necesitarlos que si lograra vencerlos, no podría reconocer mi alma. Mejor dicho, no podría reconocerme a mí en ella. Porque son la excusa perfecta, los principales titiriteros de mis actos. Detrás de ellos voy yo con toda mi fe, mi amor, mi esperanza e incluso mi religión. Son ellos los que atascan las palabras en mi garganta cuando estoy a punto de alcanzar la tan ansiada libertad. Los que ahogan mis gritos de angustia cuando la desazón supera a la realidad. Los mismos que me alejan de todo y de todos, convenciéndome de que así voy a estar mejor. A veces me descubro a mi misma preguntándome por qué no los callo, por qué de una vez por todas no los echo de mi ser. Pero al instante, mis pensamientos se dan vuelta y olvido lo que estaba diciendo. Sospecho también, que mi amnesia no es casual y si otro de sus macabros juegos. Juegan conmigo y me obligan a jugar. Un juego un tanto perverso dónde nadie se divierte. A menos que ellos disfruten de verme rodar en mi propia miseria (la que ellos mismos crearon). Por eso cuándo me preguntan por qué, por qué sos así, no se que responderles. ¿Cómo les explico esto sin que piensen que me falta un tornillo? ¿Quién me dijo que van a pensar eso? Ellos, por supuesto. A veces me sorprende la ingenuidad de mi razonamiento. Ellos me necesitan a mí para sobrevivir, no es fácil encontrar un cuerpo muerto que todavía respire -y ni hablar si algunos días vive-. Y por eso nunca me van a dejar en paz. Aprendé a mirarte a través de los ojos del otro, me dijo alguien alguna vez. Lo intenté pero no funcionó. Los fantasmas volvieron a aparecer, no me dejaron salir. Probé conformarme con espiar, pero se me nublaron los sentidos antes de que alcanzara a distinguir algo. ¡Estoy atrapada en mi propio cuerpo! ¿Y esa música de dónde salió? No, no, no. Son ellos otra vez. Te quieren persuadir, te quieren lastimar, te quieren volver a perder. No los dejes, vos podés.

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