sábado, 4 de febrero de 2012

Percepciones desviadas.

Pero vos si que podés- me dice al oído, con claras intenciones de persuasión.
No lo mires, no lo mires, no lo mires- pienso yo por adentro. Y no lo miro.
No entiende lo que pasa. Nunca lo entendió y por eso estamos hoy acá, así como estamos. ¿Si estamos bien? Claro que estamos bien. Dos personas que se quieren, que se llevan bien y saben a la perfección cuáles son los temas a evitar. ¿Qué puede salir mal?
Lo voy a intentar- le respondo con desgano. Desvío aún más la mirada con la certeza de que mis pensamientos siguen ocultos entre los recovecos de la mente, guardados y sellados en los cofres de la memoria selectiva. Últimamente ando olvidando las reglas del juego.
Prometemelo.
No le puedo mentir. No le puedo decir que no. Crisis. Oh Dios si existís, salvame. Sacame de acá. No me dejes otra vez a la deriva.
Te lo prometo.
¿Qué? Yo no fui la que dijo eso. Pero si es tu voz. No, no puede ser. No prometas cosas que no vas a cumplir. ¿Quién está dentro mío? ¿Quién sos? ¿Qué querés? No vuelvas a hacerme eso. No puedo andar cargando con los dramas de mi inconciente. Apenas puedo con lo que intento plasmar entre palabras.
Gracias- dice y sonríe.
Sonríe. Cómo me gusta su sonrisa. Y yo que pretendo hacer como si no pasara nada.
No me sonrías así, me vas a terminar matando.
Pero él ya se durmió y mi repentina y sincera declaración se pierde entre los humos de la madrugada.


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